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Martha Jiménez: un discurso que desde la periferia sacude el centro

I

Hoy, cuando se ha olvidado lo regional para pensar y pensarnos con enfoques universales, cuando la información ocupa un lugar protagónico frente al conocimiento, cuando los límites del buen arte y el seudo-arte kitsch se disuelven con una rapidez extrema y con vulgar desenfado, cuando pensamos en la diversidad y en el multiculturalismo sólo como conceptos fríos y de moda, solemos perder de vista a aquellos que a pesar de los pesares pertenecen a lo local, pues, desde dentro, regalan una producción auténtica y revitalizadora de lo cotidiano.


Pertenece Martha Jiménez a este grupo de artistas de la periferia que sin embargo ha demostrado la calidad artística de sus piezas a través del tema de lo popular, recreándolo con símbolos universales y tamizándolo con un enfoque de género, criollo y de alto contenido social.

Desde que sus pocos años le permitieron reconocer en el arte un espacio nuevo, cargado de una riqueza disfrutable por excelencia, en la misma medida, difícil de crear, se interesó de lleno en el campo artístico. Es entonces cuando se dedica a impartir clases en la enseñanza artística, pues es graduada en la Escuela Nacional de Instructores de arte (1965) en las manifestaciones de Pintura, Dibujo, Escultura, Cerámica y Grabado. Más tarde se incorpora a la creación infantil de Artes Plásticas, en la que obtiene Medalla y Diploma de Oro en Checoslovaquia (1983-1984). De este modo, en el año 1991, nos sorprende con una licenciatura de la Enseñanza Superior en Artes Plásticas. Master en esta misma especialidad ejerció por más de treinta años como profesora, además de desarrollar –a la par- una carrera creativa con nuevos enfoques contenidistas. Supo, de este modo, fusionar ambas tareas de forma envidiable, y cuenta hoy con cuarenta y cinco años de trabajo.

Posee nuestra artista una producción valiosa y extensa que nos brinda, a veces con una sonrisa pícara y otra ingenua, la defensa de lo femenino y el rescate de códigos ya pasados, que con ella asumen un nuevo replanteo de nuestra cotidianidad.

Si de valores fuésemos a discutir, no son solo los innumerables premios los que lo pueden corroborar, aunque referirse algunos de ellos nos recuerde la valía técnica y conceptual de sus obras. Así la UNESCO territorial premia el proyecto escultórico monumental de la Plaza del Carmen en Camagüey (2002) en el cual figura como jefa del mismo. En el ámbito internacional esta misma organización la reconoce en el año 1997 por “la creatividad en el ámbito de la artesanía en cerámica”, y otros premios como los del evento FIART del año 1996, 1998,1999, sucesivamente, colocan a la artista en un lugar cimero de nuestra cultura. Además de distinciones por la Cultura Nacional y Espejo de Paciencia, que otorga la máxima dirección del Gobierno por Trabajos Relevantes en la Cultura de la Provincia de Camagüey, ostenta la medalla Raúl Gómez García por los 25 años de Servicio. Estos y muchos más consolidan su labor artística profundamente cubana.

Martha Jiménez se ha mantenido pintando y esculpiendo durante todos estos años, pero es el trabajo con la cerámica el que la seduce notablemente, pues admite que el volumen y el modelado guardan misterios que ella siempre quiere compartir y desentrañar. Es por ello que gran parte de sus piezas son esculturas.

II

Pues, nuestra artista ha marcado una forma de hacer muy propia. Recordemos como fue trabajado el tema negro en la pintura cubana y nos vendrán a la mente nombres como Mialhe, Laplante y Landaluze, entre otros artistas del siglo XIX, que incluyeron al esclavo en sus grabados estampando escenas rurales y urbanas donde apareció el personaje de pueblo. Ninguno como Landaluze, quien presenta al calesero bien vestido y a la mulata provocativa, buscando un pintoresquismo alejado de la verdad histórica de su época.

El interés por este tema no es privativo de nuestra isla, pues, en un plano externo, se encuentran artistas como Picasso, Matisse, Derain, que admirados por las piezas escultóricas del suelo africano se vuelven coleccionistas de estas, sustentando entonces un modelo alejado de toda “civilización”, el cual guiaría la vanguardia del siglo XX.

En la década de 1930, volviendo a Cuba, observamos en el arte una concientización de lo popular, conformado esencialmente por el negro y el guajiro como personajes indispensables. Contamos con disímiles representaciones como las de Abela, Gattorno, Carlos Enríquez, Fidelio Ponce y Mariano.

Vemos en nuestra artista un alejamiento del costumbrismo de Landaluze, pues su obra en ocasiones es una denuncia social, lo que manifiesta en series como Chismosas (1996-1997), Gula (1996) y La cuarta parte del cuerpo humano (2005), donde capta de forma irónica el ambiente popular y de barrio; propone así un diálogo ameno, sustancioso y, por qué no, incluso provocador de una sonrisa sana que fusiona la esencia criolla y auténtica del cubano con su carácter alegre e ingenioso. Se distancia también del cuadro de costumbres de Abela, Gattorno... quienes colocan las figuras en forma de pose cual una postal típica de la época. Apartada, por demás de lo exótico del negro, toca tierra con un lenguaje persuasivo y sagaz que se alimenta del mestizaje para sacar una reflexión apropiada y certera, pues ya muy alejado de toda raíz africana, el negro de América Latina se hizo un elemento básico, constitutivo, (...) –al igual que el indio-, de ese criollo que habría de marcar los rumbos históricos de todo un continente, con sus aspiraciones, luchas y rebeldías. (...) el negro fue recuperando poco a poco un sentido poético y un sentido plástico; aparentemente perdido por él hacía varios siglos.

Cuando Martha Jiménez trabaja al negro lo hace a través de la mujer, lo cual no resulta absoluto, pues el hombre estará presente sólo cuando acompañe, sostenga o enamore a la figura principal; dicho aspecto reviste vital importancia, pues al incorporar como ente protagónico al negro y por demás a la mujer negra, insiste en representar –darle voz y con ello valor-, a dos sectores completamente marginados en las sociedades actuales, no solo por los gobiernos sino también por el otro.

Dos formas de representación de la fémina utiliza la creadora: una negra, voluptuosa, madura, con ojos alargados, resultado de la mezcla entre el indio y el negro, representante de la antimoda, con lo que privilegia un patrón de belleza ajeno a toda cultura actual “civilizada”, y otra blanca, estilizada, joven, con ojos y mentón perfilados, y cuello delgado en extremo, recordándonos las damas de Modigliani. Muestra así dos polos de un mismo sexo, donde combina maestría y criterios feministas. Aboga la artista por devolver la mujer a su lugar encumbrado de madre, protectora, diosa de la creación, dueña de un mundo rico y cambiante.

La visión de la mujer, su importancia y protagonismo en la sociedad actual no es un hecho moderno, sino que en América data de la época precolombina , donde dichas damas ocupaban un lugar relevante en su medio geocultural, en tanto que sobre ellas recaían responsabilidades y privilegios que más tarde fueron abolidos por las culturas militaristas.

Nuestra creadora, desde sus formas onduladas y desafiantes, alza su voz a favor de la igualdad de género, lo que confirma no solo en sus esculturas conocidas en todo el mundo, sino en sus lienzos de una factura extraordinaria.

III

Indistintamente, podemos percatarnos que Marta Jiménez ha trabajado tres grandes temas en toda su producción. En vías de someterse a un estudio más ambicioso de su obra, se ubicarán las series según los temas; esta división no es absoluta, sólo se aplicará para sumar información, pues no se pretende ser exclusivista ni definitiva. Se busca de esta forma enriquecer el campo teórico-conceptual acerca de la obra de la artista.

Los tres grandes temas se han denominado como: Lo femenino-erótico-divino, Lo irónico-satírico e Insularidad-migración; -aunque no es de extrañar que la creadora incorpore otros símbolos que enfaticen cada discurso, sustentado en el color y la textura, dos cualidades fundamentales a la hora de analizar sus piezas-.

Dentro del primer gran tema se observan series, como Luz Propia (1996), Ensoñación (1996), Ascensión(1997), Gato Azul (1999-2000) y La Colmena (2002). Sobre esta última, en particular, enfatiza, mediante el tratamiento del barro, la personificación de la colmena en un cuerpo femenino, lleno de poros, que obsequia su esencia como alimento y sostén de todo su entorno. Laboriosidad sincera que se erige arriesgada. Es un canto a la perseverancia e incondicionalidad de este género, además de un reconocimiento al arrojo y la entrega, materializado en colores terrosos que deja sin brillo, buscando lo primitivo y puro del material. Con un matiz azul y rojo envuelve las luces y sombras de sus figuras volumétricas, a veces semidesnudas.

En cuanto a la serie Luz propia, la artista irrumpe el escenario con un candil trastocado en cuerpos femeninos que funcionan como soportes, asas que imitan brazos, del torso redondo sobresalen manos, pies y cabezas, simbolizando el objeto, dotándolo de un surrealismo exquisito que se inserta con clavos y cabellos elaborados en sentido ascendente. Además de enriquecer su poética con elementos tan cubanos como el candil, explica esta, de un modo original, mostrando que cada persona posee una luz, que en realidad, es su esencia, su valor humano; sin embargo, ni siquiera cree nuestra artífice que dicha luz es de bien, sino que admite la posibilidad real, individual, en tanto diferente de cada ser humano.

En lo que respecta a las series Ascensión, Ensoñación y Gato azul, prevalece un sentido más idílico, donde resurge la búsqueda de lo soñado, de la eterna esperanza, de aquello que el hombre siempre anhela y sólo en sus sueños obtiene porque existe también la imposibilidad de alcanzarlo.

Resume aquí piezas que dialogan entre lo erótico y lo divino. Según la propia artista expresa, el estudio de la mujer cubana, específicamente, de la ama de casa, justo en los años 90 del siglo pasado, le permitió elaborar un patrón de belleza en cuanto al vestuario, el calzado, apariencias físicas y psicológicas, en tanto, devienen prototipo de este sector social. Es el que ha venido utilizando hasta hoy, pero ya con un replanteo situacional acorde con disímiles discursos muy bien intencionados. Así expone finos tirantes que destacan las carnes de estas mujeres semidesnudas, mostrándonos la hiperbolización del hecho, erotizando grotescamente los cuerpos de sus mulatas.

El desnudo no es tan reciente en su obra, pues en otras ocasiones lo ejecutó de manera imprevista, en pos de resaltar la celestialidad de madre, dueña de la procreación y del alimento; así, con aros angelicales y alas de ángeles decora sus modelos. No obstante, cuando así lo requiere, muestra en todo su esplendor los glúteos y los senos de sus figuras criollas.

El segundo gran tema también está matizado con este erotismo, que la artista utiliza en función de lo irónico para censurar posiciones para ella desfavorables. Por tanto, no podemos ver un tema desligado de otro, sino la dinámica imbricación de todos ellos.

De forma elocuente e ingeniosa representa en las series Gula (1996), Chismosas (1995-1997) y La cuarta parte del cuerpo humano (2005), -títulos sugerentes que viabilizan un discurso más elaborado y hasta contrario a la postura hasta ahora analizada de su modelo femenino (lo divino)-, lo burlesco de la cotidianidad cubana. Es entonces, en la primera serie, donde recrea los cuerpos voluptuosos de sus mujeres, alimentándose exageradamente. Estas, decoradas con ollas, sartenes, cucharas, muestran el exceso del hecho, pues, el extremo sólo traerá la deformación y enfermedad del cuerpo humano. Así reacciona la artista frente a la falta de cuidado de las féminas; lo mismo pasa en Chismosas donde arremete contra los comentarios tan adjudicados a las mujeres, especialmente a aquellas que no trabajan.

Prevalece un enfoque antropológico en estas series, porque además del estudio de un sector social, se reviven sus rasgos y formas características con las que se decora todas las gordas; sin embargo, cree la artista en la esencia humana y se preocupa por encaminar a la mujer buscando una reflexión psicológica y física, primero respecto a sí misma y segundo, en relación con la sociedad y el hombre.

Capta su atención toda una realidad que hoy todavía está presente, pues en La cuarta parte del cuerpo humano, opta por reflejar la existencia de la jaba como objeto indispensable en la vida del cubano, y enfatiza en el cubano, porque no se limita a censurar sino a ridiculizar “tan venerado objeto”; de esta forma resultan a veces irrisorias las posturas creativas que ubica, todas relacionadas con el cuerpo humano. Este aparecerá siempre más pequeño, o sea, en subordinación al objeto, en ocasiones dentro, en otras colgando de piernas hermosas, símbolo sexual; en fin, todo el erotismo ahora destinado a enfatizar un hecho social que trasciende la década de los noventa.

(...) así el artista incorpora la tradición como contemporánea, tomando en cuenta que, existe una construcción de nuestra cultura popular no en el sentido de tradición folclórica, sino en un sentido de cultura popular viva. (...) la actitud crítica; es decir, el artista se comporta como un transformador social.

De forma transformadora nos convoca con toda intención, por medio de la sátira, a reflexionar sobre una etapa donde la comunidad, hoy, interactúa y se identifica. Su discurso gira en torno a la defensa de un tema específico: la mujer, de lo cual se desprende cómo emplea el tiempo la dama cubana y cómo debe enmendar sus faltas y excesos. Posee dos condimentos indispensables: la sátira y la ironía, sin embargo lo expresa con un desenfado propio del diálogo cubano. Recrea las escenas con elementos acordes a la época colonial característica hoy de la zona rural, como son: el taburete, el tabaco, distintivos atuendos y calzados; lo cual ubica a sus modelos cronotópicamente. Promueve al debate, a la polémica más que a la representación fría de una realidad barrial, pues analiza en qué medida afecta en mayor o menor grado la sociedad y desde un enfoque micro proyecta un modo de actuar. Brinda criterios de percepción y autopercepción por medio de símbolos: el arlequín, el bufón, las ruedas y los columpios.

En lo que respecta a la tercera etapa, pertenecen series como: Lo nuestro es nuestro, lo llevo dentro (2004) y Conjuros del pez (2005-2006). En las mismas prevalece un sistema de símbolos nacionales, por medio de los cuales se prioriza un discurso donde prima el fenómeno migratorio principalmente, en estas últimas décadas cada vez con más fuerza en la realidad inmediata, sólo que es la mujer el ente discursivo y protagónico. En cuanto a dichos temas, la insularidad y el mestizaje dentro del arte cubano, nos dice el artista Rafael Acosta León: (…) es el mestizaje que está debajo, como sustrato de todo el arte realizado en el siglo. (…) De otro lado el tema de la insularidad, lejos de convertirse en un fatalismo, es motivo de enriquecimiento (…) A nosotros nos han llegado ráfagas, (…) del arte que se hace allende los mares, pero lo que han hecho los artistas cubanos a lo largo del tiempo es apropiarse de eso, refundirlo, mezclarlo…

Partiendo de este aspecto de refundición y mezcla, la creadora nos comenta, que tan solo en sus viajes fuera del país, fue donde se percató de la necesidad de los elementos propios de nuestro suelo, que padece el cubano que vive en el exterior. Muchos aspectos la hicieron meditar al respecto, lo cual devino en fuente importante de la serie Lo nuestro es nuestro… De manera que la artista renueva el tratamiento de la técnica en cuanto al uso aplicado a la textura, la misma trabajada en barro fue tan curiosamente manipulada que consiguió imitar la yagua cubana con lo cual ornamentó sus piezas: cabezas, torsos, piernas, vestuarios y hasta vasijas, todas magníficamente logradas.

Retoma, así, símbolos nacionales que nos remontan al bohío, a la palma real, en fin, a la flora autóctona de la isla, en vías de reforzar nuestra identidad que en tiempos actuales solemos perder de vista.

En cuanto a la serie Conjuros del pez, incorpora otras temáticas; sin embargo, en primera instancia prevalece el tema migratorio y el sentimiento que redunda en las siguientes cuestionantes: ¿qué dejamos?, ¿a quién dejamos?, ¿quiénes somos en verdad? Frente a estas y otras interrogantes aparece siempre como referente la mujer, quien incluso estará presente en otras obras de un carácter más contemplativo y de una calidad estética exquisita.

Grandes y medianos lienzos incorpora en la muestra, donde vuelca colores que también utiliza en el barro, buscando lograr los mismos efectos texturales. Matizan las escenas peces vivos y espinazos que declaran lo trágico de la acción. Plátanos con ruedas, mujeres que provocan y raptan hombres pequeños, hasta un nuevo enfoque de Leda y el cisne, todo un mundo atrayente, sensual, místico, que impone riesgos en el campo social, sexual y psicológico, además de renovar antiguas leyendas y mitos. Es importante destacar cómo los artistas cubanos han fusionado con gran maestría y con un sello propio movimientos de vanguardia como el expresionismo y el surrealismo. Martha Jiménez es uno de estos casos, pues sus piezas contienen ambas tendencias de manera renovadora y criolla. Así coloca posturas de enfrentamientos dignas de un replanteo en todos los órdenes.

IV

Ha probado la artista que un arte comprometido y sincero tiene ecos en el mundo entero, convirtiéndolo en un lenguaje universal cargado de significados, con un enfoque social y de acción dirigido preferentemente a lo local, aunque haya trascendido estos marcos nacionales. Así, fusiona el costumbrismo con aspectos más contemporáneos, estrechamente ligados a la defensa de la mujer que no conoce lo que quiere ni sus derechos, representante del personaje de pueblo y de la nación en su aspecto más amplio. Es por ello que varios museos del mundo poseen hoy sus piezas, además de galerías y establecimientos culturales y particulares, entre ellos figuran Estados Unidos, México, España, Suecia, Bélgica, Francia, Canadá, Italia, Grecia, Alemania, Chile, Colombia, Perú, Argentina y Cuba.

Optar por el reconocimiento y el apoyo de artistas como estos nos condiciona a elevarnos hasta su arte no solo para entenderlo sino para sentirlo. Pensar en sus reflexiones que la mayoría de las veces son las nuestras, nos obliga a indagar, a repensarnos en un contexto cada vez más rico, pero al mismo tiempo más exigente de valores y de conocimiento de nuestra historia, o sea, de nuestro pasado, en pos de saber entender nuestra identidad y no verla como una caja de cristal sino como un proceso dinámico y cambiante, que asume nuevos patrones a la vez que mantiene otro. Se convierte nuestra creadora en un sujeto activo que al presentar su arte al mundo lo pone en función de las estrategias culturales de resistencia características del marginado y periférico tercer mundo, y que puede acceder incluso a la hegemonía tendiendo a sacudir fuertemente el centro.

Por: Lic. Leydis Izaguirre Jerez.
Año 2010.