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Lo recóndito femenino

A presenciar la creación más reciente de una de las artistas más prolíferas y talentosas de las últimas décadas en Cuba, fuimos convidados por la Oficina del Historiador de la ciudad de Camagüey en su propio espacio expositivo. Cuenta Martha Jiménez con cuarenta y cinco años de trabajo, mantiene una creación sólida y actual que retoma elementos de la cultura popular renovándolos, engrandeciéndolos. Apuesta por el buen arte, no cree en lo meramente hedonista; es uno de los tantos creadores camagüeyanos que posee un trabajo novedoso de raíces muy cubanas. Su obra es de pronósticos, revolucionadora de patrones estéticos y también formales, a pesar de que muchos la tilden de conservadora por su apego a los viejos soportes. Paradójicamente, sufre las desventajas de pertenecer a la periferia. Hoy es su obra una muestra consolidada y madura, merecedora de un trabajo teórico y crítico que valore su producción en toda su complejidad (no pretendo satisfacer dichas necesidades con el actual trabajo, sino motivar a los teóricos y críticos a encaminar sus miradas en dicha dirección).

Exposición sui géneris es Conjuros; por vez primera la artista conforma una muestra con lienzos y esculturas en una mezcla indisoluble de erotismo, poesía y alegorías míticas, donde subyacen confesiones de orden político, social y de género. Prevalece esta producción por sus grandes valores estéticos a pesar de no gozar ni de una feliz curaduría ni de una museografía relevante.

Nos sorprende Martha con sus trece esculturas y diecisiete lienzos, estos últimos de una factura extraordinaria, donde color y forma delatan el anterior trabajo con la cerámica. Uno y otro discursan sin reparar en el soporte, el tema los acoge de manera dialéctica y dinámica. Obras sobre la base de un lenguaje pictórico único, reconocible, propio de la cosmovisión del artista: sus mujeres redondas, con sus peces vivos y danzantes, sus barcos de papel varados en tierra, la siempre chispeante llama, las alas blancas y todo un mundo surreal lleno de emoción y sentimiento conspiran para enrolar al espectador en un ambiente mágico, con una alta dosis de reflexión.

La muestra está conformada por obras que pertenecen a las series Colmena, donde trabaja a la mujer como parte de un todo, es ella panal que alimenta y fortalece sus descendientes a los que se entrega feliz; Chismosas, es otra de estas producciones donde maneja el costumbrismo con algún que otro enfoque de género; y Conjuros del pez, que es la que resume de un modo más completo las ideas manejadas en el trabajo que nos ocupa; además de otras obras individuales que no se alejan del tratamiento de la insularidad, las migraciones y otras cuestiones sociales.

Dentro de la serie Conjuros del pez incluye tanto lienzos como cerámica; los primeros, sobre la base de los ocres amarillos y verdosos, denotan un apego revelador al material terroso con que trabaja en sus esculturas y, ¿por qué no? de sus influencias del expresionismo, movimiento muy seguido por los pintores camagüeyanos de final del pasado siglo hasta hoy. Sus trazos crean texturas a veces muy reales, provocando en el espectador la sensación de movimiento: cabellos que tienden a lo horizontal desafiando la gravedad. Explota así un elemento expresivo que establece cierta dicotomía con el tratamiento de este -nótese que se refiere al cabello- por otros artistas; más que desorden gravita lo imprevisto, lo sorprendente creando en el espectador algo de temor y resentimiento. Es allí donde albergan peces, soles, lunas y hasta cuerpos desnudos. Solo donde lo requiere aparecen las pinceladas enrevesadas y gruesas.

Es el pez para la artista símbolo de movimiento perpetuo, incluso en estado de muerte pues cree en los diferentes cambios de la materia, en la constante transformación de la energía. Como Piscis, revela su afición al agua, que alcanza su sentido de pertenencia y su permanencia eterna en nuestra isla rodeada de mar. Como mujer cambiante, abraza la luna por su carácter voluble, símbolo de fertilidad, belleza, además de magia y ensueño; así lo plasma en su obra titulada Cuarto menguante. Cargada de sombras suspende desafiante el cuerpo acriollado de su protagónica, que sustenta su universo como diosa dueña de un canon estético otro, que seduce también.

Muestra la creadora otros valores y principios estéticos que recurren a la antimoda, alude al mestizaje americano y a las figurillas prehistóricas, que, con sus desproporcionados senos, caderas y pubis, se convierten en símbolo de fertilidad, lo que podría llevarnos a pensar en el pintor colombiano Fernando Botero, pero en nuestra artista prevalece la intención de destacar la mujer, que no siempre es el mismo personaje (en ocasiones es madre; en otras, mujeres estilizadas en las que delicadeza femenina alarga cuellos, narices y ojos resaltando juventud y lozanía). Por eso no podemos pensar sólo en “gordas”, sino en un mundo ricamente cargado de cromatismos y símbolos místicos muy cubanos.

Es meritorio destacar la fuerza que adquiere el costumbrismo en la obra de Martha Jiménez. Para ella, la presencia centenaria de los mal vistos comentarios vespertinos de las señoras del barrio, afea y desvaloriza la mujer cubana, por lo que las censura de forma irónica en Chismosas celestiales. Otros hechos no salen airosos de la crítica de la artista: la promiscuidad, representada en cerámica, sugiere la prostitución. Y digo sugiere porque son sólo dos piernas que llevan un bolso donde se alojan tres hombrecitos cada uno tan “santo” como los otros. La sugerencia, la ironía, la comicidad, la apariencia y lo irreal son varios de los tantos ardides de los que se vale para mantener un diálogo enriquecedor no sólo con sus coterráneos, sino con un público más diverso y múltiple.

Así, de este modo eleva y recontextualiza el universo femenino, ora ángel, Venus, dueña, soporte, manipulada, manipuladora; asida fuertemente a hilos que la sostienen, que a su vez le ayudan a sostener su hogar, su hombre, mujer es para Martha figura única, sensual, intelecto y esperanzas, lo cual traduce en llamas eternamente encendidas mostrando que en la oscuridad más absoluta siempre habrá un camino, una Carmela y las esperanzas. Luces tenues que se alimentan de amarillos y sepias salvan las figuras de la total penumbra.

Muchos elementos revelan la magnitud de orgullo que siente nuestra creadora por el terruño: palmas suspendidas, pero firmes u hojas de plátano que reverdecen y matizan un plano completo. Son los zapatos de la protagonista la disonancia en dicho plano, es el carmín encendido alusión a labios femeninos, eróticos, tentación y seducción irrevocable. Sus cuadros son una mezcla de cubanía con feminidad, de humor con reflexión, de escarmiento con diversidad celestial, de mar con vida y deceso, de expresión con irrealidad. No se aleja de problemas que acucian hoy nuestro país como las migraciones, pero los aborda desde una posición más elaborada y sugerente; nos presenta, en Obstáculo, botes con ruedas (muchos de papel), otros con alas, como también retoma temas cotidianos de eterna preocupación, mujer-hombre, mujer-hogar, mujer-colectivo, mujer-sociedad; luego se abstrae y la cobija con un velo de celestialidad, divino, humano, y a la vez se trastoca tan fértil como las Venus prehistóricas.

Es Obstáculo mezcla de blancos que se agrisan con los azules creando ocres con exquisita variedad tonal que nos convoca fría y calculadora al claro de luna. Resulta atrayente la relación obra-título. En la pieza la figura –nos referimos al bote- aparece en un primer plano, varada en el mar, tal como su título lo indica, limitada por una cadena, asida al anclaje, evitando así la salida intempestuosa de la protagonista. A su pesar mira por última vez hacia atrás. Más que a factores políticos esta pieza alude a temas de orden universal, incluso sociales y psicológicos. ¿Qué dejo?, ¿A quiénes dejo?, ¿Quién soy?, ¿Cuáles son mis raíces? Cuestionantes estas que se acogen a todas las latitudes, trasfondos propios en el tema de las migraciones. No podemos conformarnos con vivir como pez fuera del agua, ni anhelando el entorno que solos no alcanzamos a construirnos.

Algunas obras muestran un elemento que resulta significativo en su discurso: el bufón que a veces se columpia travieso, en ocasiones se sujeta del cabello crispado, rebelde, que extiende su red para llenarla de peces que envuelven y cubren la piel de la protagonista. Resalta así el carácter burlesco e irreal de este figurín, comicidad resuelta y reservada de la mujer que la propia artista encarna.

La rueda, otra figura recurrente en la artista (Circo, Ascensión II, Collar Rojo, Carrusel, Obstáculos, todas en acrílico sobre lienzo), denotan además de movimiento y cambio, avance y transportación, aparecen colocadas en los botes, otras en frutas que recuerdan carretillas, carriolas y coches, y siempre en perfecto equilibrio. Moderación que para la artista no es el estatismo, sino la sucesión dialéctica y transformadora de procesos y fenómenos tanto naturales como biológicos.

Un lienzo es de especial significación: Leda y el cisne, que alude a un mito griego frecuentemente versionado desde la antigüedad hasta por las relevantes manos de Leonardo da Vinci, de Pedro Pablo Rubens y otros grandes maestros de la historia del arte. Hoy es nuestra artista quien recontextualiza y revalora de un modo altamente criollo y sensual el tema. A través de su prisma, combina y enriquece la escena con una mulata que aborda insistente al cisne estilizado, tan colosal, que ocupa la mayor parte de la escena. Esta ave se encuentra sobre el espinazo de un pez, símbolo de tragedia, muerte, mal augurio. Una clave media diferencia a esta obra de la mayoría, tonos fríos prevalecen, reflejando a su pesar, algo de inocente.

La mayor parte de esta producción se encuentra realizada en una clave baja, casi tiende al tenebrismo, sólo destaca por medio de luces los fragmentos que desea resaltar sobre el resto de la obra. Los colores se amalgaman de manera sorprendente; en este caso, sólo tres (azul, verde, pardo) son suficientes para remitirnos a un lugar completamente fantástico e inexistente, en la gama de los ocres revela una unidad sin fuertes contrastes creando diversos matices que realzan el primer plano.

Es Rapto otra tela y es una de esas obras que retoman un tema también clásico de la historia del arte como es el rapto: El rapto de las sabinas de Juan de Bolonia; El rapto de Europa de Paolo Veronese; El rapto de las hijas de Leucipo y El rapto de Proserpina de Pedro Pablo Rubens, y El rapto de Helena de Giovanni Francesco Romanelli, sin pasar por alto El rapto de la mulatas de Carlos Enríquez, obra de una factura expresiva y cubana sin par. Entonces resulta novedoso por la creatividad de la artista, en primer lugar, el animal que escoge para llevar sobre su cuerpo a la raptora, nada más asombroso que un ave, toda colorida, que lleva en su pico una jaula con la víctima del rapto: un hombre. Funciona este lienzo como la negación de la historia pues es el único rapto donde la víctima es un hombre, reafirmación y autoafirmación femenina, reacción que rompe cánones y paradigmas preestablecidos.

Aunque de forma aislada, se ha hecho mención al elemento alas que aparece indistintamente en hombres, mujeres, bufones y diablillos, y en objetos: timones y barcos. Muchas blancas, otras coloridas, pero siempre en acción, lo cual, unido al aro angelical que coloca sobre las cabezas de mujeres y hombres, nos propone una apariencia irónica del género humano.

Es Circo una pieza notable la única que representa al sol. De forma desafiante, “ella” lo sostiene en sus manos sobre su cabeza y danza con él sobre una carriola que sostiene un barquito de papel con un pez insertado en la superficie de este. Sus cabellos parecen raíces que sustentan esqueletos de peces. Un público expectante, con caras angustiadas, y en una espera descorazonadora, se ase fuertemente al escenario. Ella aparece desnuda en todo su esplendor, desproporcionada, demasiado arriesgado este acto para ser real. Se entrega al público segura de sí.

Pienso en la voluntad que persevera, en la valentía sin límites que rompe esquemas y dogmas, pienso en el desafío y en el poder ilimitado de desear con todos los sentidos. Esta obra me remite a creer en las personas que van en contra de la mayoría, que son universo y vendaval, que no temen a que el sol los queme con sus rayos sino que los ilumine eternamente. El público, diverso sólo en apariencia, no confía en cambio alguno y lo revela en sus rostros ajados, posicionados en el tedio, y por sobre todas las cosas la sucesión continua y repetitiva de la misma acción, de la misma solfa. Como sonido que retumba desde dentro, sin armonía, sin sentido.

Tres piezas coinciden en cuanto a título, las dos telas Ascensión, Ascensión II y la escultura del mismo nombre. Los lienzos aparecen en una clave media, pero con una poética muy distinta. El primero, exhibe en el plano principal, una muchacha menos voluminosa que las acostumbradas hacer por la artista. Ubicada entre nubes revueltas y amenazantes devuelve sus cabellos agrisados que se pierden en el fondo como relámpago. Lo más atrayente de la pieza es la acción que porta la figura: es su cuello soporte del columpio que se mece a su voluntad, es el alegre bufón con alas objeto del juego, diversión irónica y sarcástica que nos convoca también a su participación. ¿Somos en realidad cómplices directos del juego sucio o sólo estamos embriagados en el eterno regocijo de lo aparente?

La segunda pieza se desarrolla en un contexto maternal. Ella con sus brazos extendidos hacia el cielo acoge un muchacho que aparece entre las nubes. Símbolo entonces de elevación celestial. Resulta meritorio enfatizar en la utilización de peces y aves, de alas y espinazos, de mar y aire, dos elementos naturales imposible de dominar, pero de gran significación para todo cubano, son inherentes a nuestras costumbres, tradiciones y formas de vida. En primer lugar, por pertenecer a esta isla soleada y bañada por la brisa fresca del mar y en segundo, porque para salir de nuestro terruño sólo hay dos vías posibles: mar o aire. Es entonces recurrente en la artista de forma elaborada, madura, materializar la problemática migratoria y sus engaños, travesías peligrosas, sirenas que hipnotizan y enceguecen a los vulnerables e inseguros con ansias de cambios.

La escultura expone una de sus mujeres criollas y voluptuosas con un pez insertado en su cuerpo haciendo gala de un expresionismo cubanizado. Los diferentes matices que adquiere el barro poseen gran calidad, se van fusionando y desvaneciendo los colores para dar lugar a otro, resultado de la experimentación y el empeño que nace de la maestría y el sentimiento.

Le pone el punto final a este tema en la presente exposición El salto una instalación escultórica cubierta de engobe, esmalte y óxido de cobre. Colores salidos de la experimentación y el estudio. Representan los cuerpos escultóricos de Martha valores estéticos por sobre todas las funciones, matizadas por el conocimiento, la elaboración mesurada y coherente de las ideas que rondan sobre su talento, prefiere el barro sombrío sin brillo que muestre su pureza alejada de toda pompa y fatuidad.

Desproporciona la forma para crear un patrón de belleza diferente, pero que no deja de ser sensual y bello. He ahí el valor estético de su obra. La creatividad sin límites ni barreras, la autenticidad y originalidad de lo “real maravilloso”. La armonía y equilibrio de la composición además de los símbolos privilegiados por la luz denotan la habilidad, el oficio –olvidado un poco en estos tiempos-, relacionado estrechamente con un contenido repensado, afinadamente elaborado, admirablemente vinculado con tradición y actualidad. Hoy el mundo se ha percatado que hay que buscar en el pasado para crecernos en el presente. Nuestra artista cree entonces en el poder irrevocable que ejerce el pasado ejemplar y digno en nuestra realidad.

Con un halo mágico a veces celestial educa y critica con la sutileza de un símbolo, de un trazo, de un color. Es un discurso elaborado con mesura y por naturaleza polisémico; provoca un placer visual que empieza por el color terroso, y que sigue por las texturas penetrando en una carrera sin meta alguna que no sea la de insertarnos por medio de los sentidos en un contexto cubano, profundo y revitalizador. En su totalidad responde a las necesidades de satisfacción y conocimiento de una realidad sin ataques globalistas ni mercantilizados. Presenciamos una época de cambios, sí, transformación de mentalidades, y nos urge un lenguaje que todos entendamos, si no con la mente, con el alma. Por tanto, fortalezcamos la diversidad, lo que nos hace diferentes y únicos. Hagamos gala de nuestros artistas más sinceros y fieles a nuestras costumbres.

Por: Lic. Leydis Izaguirre Jerez.