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Lo nuestro es nuestro

Así, con ese tono categórico de reafirmación, ha querido nombrar Martha Jiménez esta nueva muestra de nueve piezas que ahora tiene ante sí el espectador. Semejante tono no hace otra cosa que asumir una posición de apasionada defensa, no solo por lo que se crea sino también por lo que se cree. Y es que la pasión, sin afectaciones, es lo que justamente caracteriza la obra de esta mujer.

El movimiento de estas cabezas, el andar de estos pies que sostienen un torso que gira, el aparente estatismo de los objetos figurativos que se encierran en este juego de platos y hasta el posible hieratismo que marca ese monumental jarro por un lado, y el criollo porrón por el otro, marcan, a través de la textura diferente y nueva, en el modo de decir de esta artista, los disímiles ángulos desde donde se puede asumir la cubanidad.

La textura que ahora es trabajada por la astista simula la yagua y la incorpora a la tradición del barro. El empleo de la yagua, de la palma real y de los muchos elementos que de ella pueden derivarse tuvo sus antecedentes en los campos de Cuba. La palma real no fue por gusto representada en nuestro escudo nacional como uno de los símbolos patrios. Ella se erige plena de identidad y de indiscutible insularidad. La palma, desde su señorial altura, también parece querer decirnos que: lo nuestro es nuestro... y de nadie más. El guajiro, personaje ya captado por artistas como Carlos Enríquez, Abela, Mariano, Víctor Manuel y otros tantos más, ahora resurge no como personaje sino a través de la simulación de uno de los materiales que trabajó e incorporó su modus operandi: la yagua.

La cobija, como también la llama Martha Jiménez, que cubre los rostros de estas piezas provocan un juego de miradas hacia el espectador. Y hay en ese juego, una cierta sensualidad que inquieta y seduce. Pero la cobija también se torna hirsuta cabellera, mirada de soslayo, sonrisa que se esconde, o simplemente, irónica sonrisa. La camisa, otra de las piezas que allí se exhiben, es para mí una de las más singulares. Todo en ella es movimiento que cubre el cubierto latido del corazón de quien la porta. La artista invita entonces a mirar más allá de lo aparente para que el espectador penetre con mirada firme en el descubrimiento de esencias que vuelven a tocar diversas tesituras identitarias. Es indiscutible que, con esta nueva muestra de su obra, Martha Jiménez entra en un momento otro de su creación.

No creo que queden atrás las estampas de sus costumbres, el sabor local de sus personajes, todo lo que ella ha hecho que trasciende lo meramente regional, para situarla en un espacio definitivamente caribeño e insular. Como ella misma me ha dicho: está en la búsqueda de un discurso diferente, pero sin abandonar la hondura que siempre ha caracterizado a cada una de sus piezas. Y es que un artista, cuando es auténtico, no puede detenerse. Su obra va a constituirse en un contínuo diálogo experimental que en este caso específico de Martha Jiménez es búsqueda de esencias, movimiento perpétuo, voces que van a conformar una polifonía creadora y única. Todo ello para indicar que, pese a todo, lo nuestro es nuestro en un diapasón amplio, quilleniano si se quiere, que le permite decir a esta mujer que el color cubano es sobre todo: esencia, movimiento, ritmo, verso, dolor, angustia y resistencia.

Disfrutar ahora de estas piezas es descubrir todo eso y mucho más y esperar por los nuevos derroteros de esta artista cuya obra se enriquece y diversifica gracias a su fina sensibilidad para atrapar aquello que va más allá de lo aparente y lo cotidiano.

Por: Dra. Olga García Yero.
Octubre de 2003.